Garganta profunda

Soy judía cultural. Es decir que mi conexión con el judaísmo pasa por la herencia del arte, la música, la literatura, las celebraciones y no por la creencia religiosa.

Lo mejor que me dio el judaísmo, además de la comida y el eficaz manejo de la culpa, es el rótulo de excelente chupadora de verga.

Creo que el importante papel que juega la tradición oral en dicha práctica religiosa influyó en la construcción de esta teoría.

Más allá de esta presunción, que es tema recurrente en cada orgasmón, la fábula se sotiene -gracias a ella cojo- por la necesidad que tiene el hombre goy de autoconvencerse de que existen mujeres que la chupan porque les gusta y que encima lo hacen bien.

"No hay nada más excitante que saborear la cabeza de una poronga circuncidada. Me pierden las descabezadas"; es palabra de LaBúho. Cuando podemos, la albamos.

Dentro del grupo soy la que siempre termina catando pijas. Lo primero que me dicen es: "Chupala"; y la chupo. Es un acto reflejo. Sin embargo, no voy al frente como LaGuevara, ni me levanto un tipo en cada esquina como LaFlaca; menos soy multiorgásmica como LaBúho y no busco al príncipe azul como LaConeja. Sólo reclamo que me quieran coger más allá de la mamada.

¡Cuándo será el día que goce! Soy una melancólica orgásmica. Todas se ríen de mis angustias sexuales. Siempre me dicen: "Sofer dejá de llorar si tenés un tipo metido en tu cama una vez por semana".


¿Y? ¿Cuántas veces acabo? ¿Acaso les importa? No, claro que no. Si ellas saben de mi tormento; hasta me apodaron la luchadora libre de orgasmos. Es que los hombres con lo que estuve son de esos que no se excitan con la satisfacción femenina. En el orgasmón lo llamamos los "rancios del sexo".

Me piden que se las chupe. De inmediato enloquecen y agregan "A vos sí que te gusta". Mientras tanto, tengo que jugar un ratito con los dientes para que no acaben. Finalmente me la meten y no preguntan si llego, liquidan el asunto con su maliciosa y temprana eyaculación. Sí, entérense muchachos de LaSofer, si acabé con alguno fue porque aguantaron la lechada más de veinte minutos.

Todo este malestar lo llevé a terapia. En la útima sesión le comentaba a Roxana, mi analista, la frustracción que me genera el título de gran chupadora judía. El judaísmo mata, le digo. Es un asesino vaginal.

Roxana se ríe. Es otra de las que se divierte con mis tormentos.

La sesión, particularmente, no me ayudó como imaginaba cuando me senté en el sillón kitsch de Roxana, también judía y buena chupadora. Es que descubrí que mis inconvenientes sexuales surgieron cuando tenía quince años y estaba de novia con un goy. Pero no era un goy cualquiera: ¡era un goy del Opus Dei!

Por aquellos años era –sigo siendo- una tiernita. No sabía nada acerca de que todos los hombres "Opus" son llamados a ser santos(?) Así que estuve cuatro años, hasta los diecinueve, esperando a que el maldito Santo se dignara a romperme la concha. Mientras tanto nos calentábamos tocándonos. Me dejaba ardiendo el boludón. Y ustedes, mujeres, entienden perfecto qué quiero decirles. Saben que llega un momento cuando te masturbás que pedimos a gritos una buena y carnosa verga.

¡Cuatro años! ¿Cómo una mujer soporta cuatro años de manoseos y comprensión? ¿Cuál fue el momento en el que me despité del judaísmo y me entegué al proselitismo asexuado de Juanchi?

Ay, Juancito! Para la familia Juanchi. Para mí el hombre "Santo" del Opus, que sólo me tocaba porque quería llegar virgen al matrimonio. Manejaba la culpa mejor que yo. Creo que desde ahí nos conectábamos.

Cansada, un día después de tocarle la pija dura, caliente y rellena de juguito, se la agarré, me senté encima de él e intenté que me penetrara. Fue al pedo. Al muy hijo de puta se le bajó.

Lo peor de todo es que después de tocarme la concha se iba a confesar y me mandaba a confesarme a mí. Recuerdo que decía que la confesión es "un medio básico para avanzar en el proceso de identificación con Cristo".

¿Qué Cristo? Mi Cristo es tu pija, le decía y me iba, no sin antes saludar a sus diez hermanos. Creo que nunca supo que los judíos no nos confesamos.

La sesión sirvió para darme cuenta de que ése fue el punto de partida de mi gran trayectoria como chupadora. Además de que odio las plantas, porque en una cena con la famila Opus me preguntaron si me gustaban las plantas. Muy nerviosa contesté que no, y el padre me indicó que eso no era de buena cristiana.

Pero si soy judía y chupadora, ¡Válgame Dios!

Tortilla de Coneja

Tengo una fantasía recurrente: enfiastarme con otra mina.

Si bien no se lo conté a ninguna de las chicas y menos me expuse en un orgasmón, el otro día se me dio por tirarle el tema a LaBúho. En realidad fue ella la que sacó el tema preguntándome si no me interesaba acostarme con un amigo y ella.

Le pregunté si lo conocía y le confesé que siempre me toque imaginándome cómo sería una noche de sexo entre amigas, chupándole la pija entre las dos a cualquier muchachito dispuesto a inundarnos de leche en partes iguales.

Soy muy vergonzosa al momento de contar estas cosas. Si bien me fascina hacerlas, cuando hablo es como que le pido permiso a mi consciencia machista y timorata para decir y mostrar que soy tan putita como LaGuevara.

La mayoría de las mujeres fantaseamos con tener sexo grupal, y si hay una mina atravesada en cualquier orgasmo femenino, mejor. Casi todas nuestra amigas, confirman nuestra teoría de grupo que dice que nada mejor que una mujer para chupar un concha.

Algo similar debe ocurrir con lo hombres. Olvidate de que lo digan, dice LaBúho, si a la mayoría le metés un dedito en el culo y se sienten putos. Y no sé qué es peor: si aguantarnos su creencia miedosa o tener que contenerlos y convencerlos de que en realidad no son putos si gozan con un dedo (o con lo que sea)


Una de las fantasías más comunes en el ámbito femenino es tocar, manosear, apretar y chupar la concha de una amiga que te guste. No se la chupás a una mujer por la anécdota; te tiene que cautivar –como cuando te gusta un tipo- una hembra para acostare con ella.

Toda esta calentura pertenece al terreno de lo que mi imaginación me permite. Además todavía no conocí a esa mujer que me estremeciera; que me mojara (literal. Las mujeres calentonas nos mojamos con un abundante y denso flujo).

Sin embargo, le contaba a LaBúho, una detallista insufrible, que el otro día creí ver a la mujer de mis pensamientos.

-¿No me jodas que te querés comer a la mamá de un alumno tuyo?, me pregunta LaBuho.

-A veces son un poco molestas tus percepciones Búho, pero como casi siempre tenés razón. La vi en la multitud de un acto escolar. Siempre con su gorrita y su escalandalosa juventud. Es increíblemente masculina. Una seductora inconsciente. Linda, guerrera.

Mi vagina también la sintió y comenzó con sus latidos típicos provocados por la excitación. El clítoris engorda, lo percibo. Arde. Chorreo tanta calentura que mojo toda la bombacha. Me la imagino con su lengua trabajadora, de mamá multifacética y emprendedora. Sin embargo, al momento de acabar, se convierte en una nena indefensa, quejosa, al punto de la lágrima.

Pero sólo encontré su mirada. Todavía soy muy torpe para trasmitirle mi deseo de tocarla y que me toque. De todas maneras, el aire en esos momentos es cien por ciento femenino. Se huele el deseo de ambas; aunque ella baje la mirada.

Hasta hoy que te lo estoy contando, no la vi más. Igual me masturbé varias veces pensando en su boca. Hasta practiqué cómo se la chuparía mientras me bañaba.

LaBúho me dijo que en la búsqueda obsesiva que tengo por encontrar a mi conejo azul, quizás aparezca un macho que, de vez en cuando, me ofrezca una buena vagina.

¿Existirá un macho con concha?


Me cabe el poliamor y el aroma a sahumerio

No puedo hacerme más la giluna. Mi resistencia es inútil: se desparraman mis ojos...



Cuando veo un/una hippie andando en bicicleta por la ciudad me caliento. Es en ese preciso instante en que dejo de ver todo lo otro que existe.

Víctimas del Orgasmón

El tamaño del pene es un tema de constante denuncia femenina. Es importante la comprensión, pero todo tiene un límite. Por eso creemos que la verdad está escrita en tu pija...

¿Querés saber qué descubrimos?


-Diego: 31 años. Contextura delgada y sumamente pequeña. Acaba rápido.

-Juan Antonio: 36 años. Gorda y cabezona. Especial para culminar un día de fiesta.

-Tavo: 26 años. Grande. Presenta un extraño efecto banana.

-Esteban: 37 años. Tiene swing. Dura y mojada. Se va para arriba.

-Martín: 24 años. Buen contenido. Redonda, uniforme y extremadamente limpia.

-Juan Pablo: 22 años. Contextura gruesa. Sanita. Ideal para montar (cabalgar) a pelo.

-Luis: 32 años. Neguinho (moreno). Se dificulta su descripción. Se siente, eso es seguro.

-Hernán: 39 años. Un clásico de 180 mm de largo, 52 mm de ancho nominal y entre 0,06 mm de grosor.

-Daniel: 28 años. Pirulín. Sensible al tacto lingual. Remolona. Da trabajo.

-Leandro: 23 años. Se va rápido. Similar a un pez globo.

-Ernesto: 35 años. Resistente y atlética. Inclinación zurda. Solidez. Orgasmo vaginal garantizado.

Si no te encontrás, que no se te baje, faltan muchos más!

Grande pero “chiquita”

De la fiesta me fui para la casa de E. Lo que quedaba de esa noche era la bruma de su enorme pija. Sólo recuerdo que cuando se desnudó, pensé: “El ojo de LaBuho viene mejorando”.

Hace unos días me enteré de que E. pidió mi teléfono. Ayer torturé a LaBuho para que me ayudara a reconstruir algo de aquella noche. Estaba inquieta porque no entendía qué es lo que me hacía dudar de aquel hombre, si todas las imágenes que guardo son de su gran pene descabezado.


LaBuho me preguntó si por algún lado de mi cuerpo encontraba moretones. Y qué esperabas Buho, le contesté.

Me puso de espaldas y me mordió como hacen todos; o quizás lo hacen porque se los pido. No sé, tampoco me importa. Creo que la obviedad en los gustos es una virtud y mi rutina fetichista me ayuda a recuperar encuentros sexuales que las noches de alcohol se ocupan en esconder.

E. no era la excepción, y cuando le pedía que lo hiciera, que me mordiera fuerte y salvaje la parte de adentro del culo se encizañó y lo hizo como nadie. Al mismo tiempo en que se convertía en el Hulk del sexo, su voz de súperhéroe calentón le jugó una mala pasada.

Toda su rutina sexual se combinaba con un “chiquita” que, sin ánimo de ofender, seca hasta la vagina más substanciosa.

-Búho podés creer que me decía: “Chiquita vení, chiquita date vuelta, chiquita me gusta el olor que tiene tu concha”.

¡Chiquita! A qué hombre con tremendo miembro entre sus piernas se le ocurre decir chiquita.

Creo que es eso, Búho, estoy alborotada porque definitivamente los hombres barrocos no son para mí. Si sólo soy una mujer sencilla que busca el eje entre la boca y la pija de un hombre.

Pajota Colectiva

En el orgasmón de la semana pasada, entre las seis conversaciones que hablamos en simultáneo, la que se la bancó por novedosa fue la paja femenina en grupo.

La primera que saltó fue LaGuevara que dijo que a los diecisiete estaba con dos amigas y, lo que empezó siendo un juego de nenas calientes y pajeras provocándose para ver quién saltaba, terminó siendo un descontrol de conchas adolescentes buscando el orgasmo de la victoria.

Se triangulaba una conversación que se matenía estoica entre LaConeja, LaFlaca y LaCaro. Sin embargo, la historia carnosa de LaGuevara silenció definitivamente al otro parloteo.


“Tirábamos frases tales como: `Sí, yo me toco todos los días y vos’. `Dejate de joder, nena. Si te das cuenta que tenés argolla cuando vas a mear’”.

Esas dos oraciones bastaron para que nos centramos en el relato de LaGuevara, que muy entusiasmada con su recuerdo, se levanta, se acaricia la vagina y nos dice: “¿Quieren ver cómo me toco?”

En realidad fue lo que le dijo a sus amigas.

De inmediato la interrumpo con una de mis reflexiones imposibles de sosegar. Y pensar que algunos hombres están convencidos de que las mujeres no se pajean; mirá la pajota colectiva que se mandó la calentona Guevara.

A ver, ¿cuántas minas conocen que no se tocan? Yo le creo sólo a esa que asegura que si se tocó, lo hizo sólo una o dos veces. No sé porqué es a la única que considero que no miente. Quizás porque es una reprimida y no tiene pudor en evidenciarse como una histérica del sexo.

Mi pregunta no prosperó y LaGuevara continúo contando su aventura. No se puso en bolas pero fue muy explícita: Me levanté la pollera escocesa del colegio y comencé a tocarme con la bombacha.

Mis amigas no podían creerlo. Se reían nerviosas; les gustaba. Veía como sus ojos se agrandaban igual que mi clítoris. Nos desnudamos.

-¿Se sacaron todo?, preguntó LaConeja.
-No, la parte de abajo. Yo me saqué la bombacha, una se la bajó y la otra sólo la corrió. Primero nos entretuvimos mirándonos las conchas peludas que teníamos por aquella época.

-Che, ¿ustedes se la depilan toda o se dejan esa tirita que simula el bigote hitleriano?, interrumpió LaCaro.

-¡Pará nena! Ese tema lo dejamos para otro orgasmón. Dale seguí, dijo LaFlaca.

- Bueno, era una pajota interruptus porque competíamos para ver quién se la tocaba más rápido, quién se animaba a meterse los dedos o quién acababa más veces.

En eso se calla. Silencio y miradas…

Al rato salta LaGuevara agarrándose la concha y grita: “¡Qué torpes que éramos!”

(Risas)

-Vos te perfeccionaste de lo lindo, nena. Tus amiguitas quizás se sigan buscando el clítoris, le digo.

Fue inevitable que la anécdota se interrumpiera entre la risa y la mímica de LaGuevara masturbándose como lo hacía a los diecisiete. Inmediatamente otro tema quiere centrarse. Creo que era si los hombres saben cómo agarrar el clítoris con los dientes, pero a LaGuevara no se la interrumpe y antes de continuar tira: ¡Qué jodida sos, Búho! Cómo si vos fueras la experta en pajotas.

-¿Querés ver?, le tiro.

-Basta, busconas, quiero saber cómo termina la microorgía masturbatoria, dice LaCaro: ¿Acabaron?

-Yo sí. Ni les cuento el esfuerzo que hice –creo que sólo fue porque tenía diecisiete años-para contener mis surtidas emociones, porque cuando acabo pierdo la cabeza y en ese momento me hubiera tirado encima de alguna. Casi le manoteo la concha pero tuve miedo de asustarla e impresionarme.

Al unísono, LaCaro y LaFlaca atragantadas por una gran risotada: “¡Qué putita sos Guevara!”

-Demasiado. Pero déjenme seguir. Nunca supe si mis amigas acabaron o prefirieron el orgamos simulado. ¡Qué trolas que somos! ¡Qué bien fingimos!, ¡qué lo parió!

-Bueh, paremos con los elogios a nuestras simulaciones orgásmicas que los tipos también nos fingen a nosotras, aclara LaFlaca. Enseguida salto: “Si un tipo simula un orgasmo, dalo por muerto”. Como no tenía ganas de explicar una de mis teorías, tiro la piedra y preparo la mano: “Che, y si hacemos una pajota colectiva en el orgasmón?”

(Silencio)

Nos miramos. Mi concha y yo sabíamos que alguna vez iba a suceder.

Finalmente, continúa LaGuevara, acordamos -boludeces de pendejas- que esa noche no íbamos a bañarnos y que tampoco nos lavaríamos las manos para ir al colegio así, inundadas con ese olor espeso a niña ardiente que quiere ser penetrada. Desde ese día nos llamamos Zorrinas y, de vez en cuando, nos juntábamos a manosearnos un ratito.

Chupar o no chupar, ¿de quién es la cuestión?

No me cuestiono más si tengo que chuparla o no en la primera cita. La chupo porque me gusta y vivo sin culpa.

Pezones insurgentes

Las mujeres de tetas pequeñas son obsesivas y exigentes. Los hombres sexuales son obvios y rutinarios.

Lo cierto es que poco me importa el tamaño de mis tetas, pero sí me afecta la posibilidad de que no le den una buena lamida. Tengo una teoría que maquiné con LaConeja: Si estás arriba seguramente el tipo sólo te chupe la teta derecha.

Por tal motivo, hay que prestar atención a las posturas antes de que te la metan si querés que te den una buena chupada de mamas. Porque encima de que ya son criticables por pequeñas, definitivamente quedarán en desuso por deformes.

A LaConeja se le ocurrió que trate de encamarme con hombres mamones: “Que les guste chupar un buen rato un par de tetas de hembra multiorgásmica”, me dijo.