Servicio Ejecutivo Coche Cama

Anoche llegué de Mendoza. El viaje fue concebido para estar sola, descansar y, por momentos, fusionarme con la naturaleza. Me atreví y abracé ciertos tipos de árboles con la idea de purificarme (?).

De todas maneras, creo que ningún antiséptico bucal combinado con el agua del río Mendoza, Tunuyán y Atuel podría limpiar esta boca chupetona.

Aunque parezca psicótica, como dice una amiga, es una técnica que insistió en que practicara un viejo amigo cogedor con el que estuve hace más de una década –creo.

El "Hombre Natura" baboseaba mi vagina y decía que era la única mujer capaz de transportar y entregarle un jugo similar a la de la savia. ¿Yo? ¡Qué ingenuo!, pensaba y me reía.

Me hablaba de un árbol cósmico, cuya savia simbolizaba el rocío celestial. Lo dejaba divagar porque me gustaba pensar que mi concha era inmaculada y proporcionaba la inmortalidad de no sé que otra pavada.

Cuando lo hablé en terapia con Roxana, se río y me dijo: "¿Pero gozabas en algún momento?".

El anticlímax se generaba cuando era mi turno de encarar su verga. El tipo se desenfrenaba y empezaba con su delirio naturalista: "Imaginate que estás lamiendo el tronco más energético del planeta", gritaba con el TRONCHO que repiqueteaba entre una pierna y la otra.

La tenía enorme. Hoy concluyo que no sabía qué hacer con ella por eso predicaba sobre la salvación de la naturaleza.

¡Un Jesucristo ecologista me quería coger! ¿A Dónde dejaste tu dignidad Sofer? ¿Dónde?



Después de esa gran frase naturista me convertí en una magistral representación pictórica; una patética reproducción de naturaleza muerta. La sequía dominaba la escena y el tronco abandonaba su dureza para convertirse en goma Eva.

El tipo como si nada. No conocía el pudor, menos el sentido de la ubicación. Estaba en pelotas, incrédula. Permanecí así un período extenso de tiempo -pese a que no es mi mejor plano- sollozando, avergonzada por la situación. Hombre Natura, como si estuviese en una manifestación, continuaba con su discurso ecologista enumerando los beneficios que el hombre tendría si comiese flores una vez por semana y abrazara un árbol una vez por mes. Me dormí. No le importó.

Cuando abrí los ojos al día siguiente, estaba ahí, sentado en una silla, mirándome. No pude asustarme. No tuve tiempo, inmediatamente comenzó con su teoría sobre "E-DU-CAR" a todo joven volantero que se hace uno mangos repartiendo papelitos con ofertas de polarizados, telos, venta de celulares y otras sinfín de promociones.

Horas hablándoles y llorando sobre esos papeles, explicándole que cada uno de ellos representa un árbol que muere en el mundo. "Sí, flaco, tengo que seguir laburando"–le contestaban con fastidio-. Todavía me pregunto qué respuesta esperaba de ellos.

No lo vi más pero incorporé su teoría de abrazos a la naturaleza; específicamente: árboles. Cuando veo uno que me gusta lo abrazo, lo estrujo, lo mimo y, si da, me manoseo un ratito. Nunca está de más calentarse y nada mejor si es natural, sano y saludable.

En Mendoza acaricié, sentí, hasta podría decirse que besé, un par de algarrobos. No sé si me energicé y me convertí en mejor persona. En cambio puedo decir que me ayudó a conocer muchos amigos.

Mis acciones no eran muy normales para la pasividad pueblerina del lugar. Así fue como conocí a Pablo: abrazando a un Tamarindo. Según me explicó días más tarde cuando recordamos la anécdota y le dije que lo que más me gustaba de Mendoza, además de los vinos, eran los algarrobos "por su masculinidad y fortaleza" –comenté sobrándolo-.

Pablo trató de ser cordial y reírse. Pero siempre que le hablaba levantaba las cejas y torcía, de manera casi imperceptible, el labio inferior hacia la izquierda. Para mí esa expresión era lo mismo que si dijera: "¡Esta loca de dónde salió!". Me gustaba observar su rasgo, y estoy segura de que cuando acababa también ponía la misma cara.

No lo pude comprobar porque todas las noches desde que lo conocí sólo hicimos extensos baños de luna. Nos miramos. Me montó y estuvimos rozándonos por horas y días.

Pablo tiene sus tiempos y se pierde en la acción. Lo lamía, hurgaba. Le acariciaba el culo, el pene y le susurraba picarona que si no me metía lo que escondía entre sus piernas, prefería la corteza del Tamarindo. Él sólo torcía el labio y levantaba las cejas.

Con esa expresión me despedí de Mendoza. Me subí al coche cama. Antes saludé a Pablo con un beso bien mojado, mientras lo apoyaba (imagen de mujer desesperada; lo sé).
Húmeda por la situación y angustiada por la calentura acumulada, sólo quería ver a una persona: Roxana, mi terapeuta.

El asiento doce –ventanilla- aguantaría mi enorme culo por dieciséis horas. Una cortina dividía una butaca de la otra. Estaba feliz con esa pequeña porción de tela que simbolizaba la privacidad eterna del viaje. Soy un poco solitaria y los regresos espantan aún más la poca sociabilidad que guardo.

Recliné el asiento doce y cerré la cortina. Saludé a Pablo que seguía paradito al lado del micro agitando la mano, golpeándose el pecho y señalándome. El amor revelado por mímica no es de mi agrado, pero qué le iba a decir a esa altura. Le contesté con una seña –también empleando mi mano- que para mí simboliza: "Dale, andá" o "Tu ruta".

Cerré las dos cortinas. Nadie sabrá que existo hasta Buenos Aires, pensé.

Instantes más tarde aprecié un perfume cautivador. Era como si el aroma me hubiese descubierto o elegido detrás del telón. Invadió mis sentidos. Escuché un "clac". Pensé: estuche de anteojos. Se prendió una luz.

Estaba intrigadísima por conocer quién sería el afortunado que tendría que soportar dieciséis horas de viaje mirando un cortina, porque la ventanilla era exclusividad de LaSofer (je).

Era un hombre. No pude distinguir su rostro por el contraste de luz y sombras que gobernaba el coche-cama. Alrededor de cuarenta años y con aire intelectual, me convencí. No me importó demasiado. Prefería guardar la incógnita y no revelar la identidad "The Man Behind the Curtain".

Mi movimiento corporal, ya que decidí que mi culo apuntara hacia mi compañero de cortina, interrumpió el silencio y preguntó: "¿Hay alguien allí?".
-Sí, apunto de dormirse –contesté-.
-Dulces sueños –dijo-. Podía existir alguien tan amable y sin rostro durmiendo conmingo -o sinmigo- en la butaca de al lado y yo pensando en el amor no concebido del mimo Peque Pablo que había dejado en la terminal mendocina.

Corregí la posición de mi culo; lo aplaste contra el asiento y atiné a extender la mano hacia el otro lado de la cortina. La respuesta inmediata fue un sobresalto. Oí el ruido de su libro cuando tocó el piso del micro. "The Man Behind the Curtain" no se movió. Apagó la luz y reclinó el asiento. Por fin puede manotearle su verga en estado de erección latente.

Se bajó el cierre para evitar cualquier accidente y le agarré la porongo de una manera bastante apasionada, la cual delataba mis últimos y pobres días de acción sexual. El tamaño había llegado a su máximo esplendor y toda la técnica mímica desarrollada con Pablo me ayudó para hacer la mejor paja de mi vida.

El también hizo lo suyo cuando su mano entró solícita por mi pantalón y llegó al clítoris con una vehemencia admirable. Acabé ni bien sentí sus dedos. ¡Sí, estaba ardiendo! Es bueno admitirlo diría Roxana.

Mi gran performance bajó uno puntos porque era una usina de orgasmos. "The Man Behind the Curtain" se le notaba en su poronga que lo excitaba mi calentura.

Después de esa manifestación de orgasmos le saqué la mano y le dije que se la oliera. Desprevenido le sostuve su verga con las dos manos. Implementé una nueva técnica masturbatoria y el tipo enloqueció.

-Acabame toda –le dije-.
Intentó correr la cortina y grité: -No, acabá en la cortina, dale que me vuelve loca.

Apuntó su desesperada poronga hacia mí, hacia el telón, digamos, y acabó. Fue como un manguerazo de semen. La cortina de ese coche cama cambiaría su textura y sería nuestra para siempre.

Nunca nos vimos. Cuando el micro llegó a la terminal me tapé la cara con el telón acartonado por su leche y esperé a que se fuera. Dejó su libro en el asiento.

12 comentarios:

  1. Wow!! que aventura tan llena de contrastes. Y el final de película en su epoca dorada XD

    Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Seguramente lo menos importante, pero me produjo tremenda curiosidad: ¿qué libro era?

    ResponderEliminar
  3. Sí, Sofer, contanos acerca del libro. LaGuevara me estuvo adelantando algo.
    ¡Qué viajecito!

    ResponderEliminar
  4. Cuando termino de leerlo, les cuento...

    ResponderEliminar
  5. me quiero subir al coche camaaaaaaaaaaa!!!!! !!mañana mismo saco un pasaje lo mas lejos posible !! a la Quiaca??????

    ResponderEliminar
  6. Che, tendrían que configurar para que no salga lo de la palabra verificadora...

    ResponderEliminar
  7. Paja cortinera vale doble! A que olía la sabia?

    ResponderEliminar
  8. Ja, muy bueno lo de paja cortinera! Y la savia a lo único que puede oler es a concha agria.

    Pocha, qué lindo leerte. A ver cuando te venís a al Orgasmón. Dentro de poco serán abiertos para todo el público interesado

    ResponderEliminar
  9. Terminé el libro. Si siguen interesados/as les chiflen

    ResponderEliminar
  10. El amante de Lady Chatterley

    Hermoso!

    ResponderEliminar

Cotorreame